martes, 20 de mayo de 2008

El viejazo


En algún momento posterior a nuestro cumpleaños número cuarenta, hombres y mujeres ingresamos inexorablemente en la etapa que se denomina popularmente "viejazo" o "segunda adolescencia". Aquí también se aplica el dicho "nunca digas nunca", porque cualquiera puede sufrir sus efectos negativos, por más que estemos -según nuestra opinión personal- bien plantados en la vida y en la realidad.

Ante el miedo al deterioro físico y como consecuencia del duelo por la juventud perdida, queremos realizar todas aquellas cosas que hasta el momento nos quedaron pendientes o que nos producen la sensación de que el tiempo no ha pasado, de que aún somos jóvenes, bellos e inmortales.

Es así que muchas madres comienzan a competir con sus hijas en el cuidado del cuerpo, y una de las formas de demostrarlo es vistiendo ropas diseñadas originalmente para adolescentes. En esta competencia inútil algunas mujeres no escatiman medios con el fin de ganar al menos una batalla (la guerra, hermana, ya está perdida). Desde dietas anoréxicas, eternas horas en el gimnasio y dolorosos tratamientos de cirugía estética, hasta la adopción de gestos y vocablos de los "teens", lenguaje escrito estilo "sms" y, lo que es más desconcertante, exteriorización de signos de mala educación al estilo de James Dean en "Rebelde sin causa".

Pero, como sucede siempre, lo de ellos es aún más patético. En un lapso temporal que puede ir desde los 40 hasta los 55 años del involucrado, estos adolescentes reloaded suelen encontrar el "verdadero" amor de sus vidas. Así es que, si llegaron a esta etapa vital con pelo (original o injertado), poca pancita, la billetera abultada y montando un brioso corcel de cuatro ruedas, es muy probable que a estos caballeros se les cruce en la vida una señorita veinte años más joven, generalmente con problemas personales, económicos y/o vocacionales, quien encuentra en estos "papitos" la solución temporal a sus males permanentes.

Los únicos que no captan la temporalidad del proceso son ellos. Así es que, en pos de un supuesto amor que les despierta sensaciones olvidadas, se disponen a abandonar situaciones personales, familiares y económicas por las que siempre lucharon, y se lanzan tras una relación que la mayoría de las veces termina de manera catastrófica. Y a veces, cuando no termina, les transforma la vida en una pesadilla de indignidades.

Si la aventura finaliza algunos son perdonados y vuelven al redil con la cabeza gacha, soportando de vez en cuando alguna que otra burla malintencionada por parte de parientes y amigos. Otros, los menos afortunados, pierden familias y bienes definitivamente, y se dedican a escribir tangos llenos de resentimiento, deambulando por bares deprimentes y antros inconfesables. Sólo unos pocos logran salir victoriosos, sobre todo si aprenden a llevar con equilibrio y dignidad una lustrosa osamenta córnea en su cabeza. Otros tantos, gracias a estos tiempos de avance biotecnológico, se hacen adictos al Viagra y tratan de pilotear la situación de la mejor manera posible con la ayuda de la ciencia.

Tal vez un efecto secundario de la creciente igualdad social entre hombres y mujeres sea el hecho de que cada vez más mujeres se animan a mirar a hombres bastante menores que ellas. Y es que cuando una mujer ya no tiene que rendirle cuentas a nadie (o si, pero no le importa), tiene sus necesidades básicas cubiertas y tiempo disponible porque sus hijos -si los tiene- están jugando con la playstation... bueno, esa mujer "mira".

Y este cruce de miradas entre maduritas y jovencitos suele llegar a ser devastador por sus efectos emocionales. Sobre todo para ellas, porque a pesar de la evolución de las costumbres sociales a las mujeres les sigue resultando más difícil que a los hombres separar el sexo del amor. Por el momento ésta no es una situación demasiado significativa socialmente, porque salvo algunas famosas que se animaron a dar el gran paso, este tipo de parejas desiguales no llegan a formalizar sus relaciones, dado que las mismas suelen circunscribirse a la clandestinidad y a lapsos de tiempo bastante cortos. Y eso se debe a que existe un rechazo social a su existencia, a diferencia de las relaciones entre hombres mayores y mujeres jóvenes, que son más aceptadas culturalmente.

Pero no todas las consecuencias del viejazo son negativas, ya que muchas veces el intento inconsciente de recuperar la juventud que se nos va de las manos nos impulsa a formular nuevos proyectos, a replantearnos formas de vida con las que no queremos continuar, y a asumir riesgos mayores, porque en esta etapa solemos tener más madurez emocional e independencia. En todo caso, para bien o para mal, después de los cuarenta siempre es tiempo de cambios.

lunes, 5 de mayo de 2008

¿Los argentinos somos sucios?


Puede parecer una nimiedad al lado de todos los problemas que tenemos, pero con el tiempo vengo notando una preocupante falta de higiene por todos lados. Y no es que yo sea una obsesiva del tema, pero hay indicios alarmantes.

Las calles, en general, son un desastre. El famoso barrendero de antaño brilla por su ausencia. Existen muchos más productos descartables en el mercado, más consumo, y casi no hay recipientes de residuos o los que existen están destruídos. Resultado: calles y veredas tapizadas de envases de plástico y cartón, en lugar de otoñales hojas secas, como debería ser.

Los transportes públicos, salvo honrosas excepciones, son literalmente asquerosos. No existe el más mínimo sistema de limpieza, por ejemplo, una persona que repase asientos y pisos de los colectivos y trenes con agua y detergente y los desinfecte adecuadamente luego de cada viaje. Y éste no es un tema menor, con todas las enfermedades contagiosas potencialmente mortales que pululan actualmente (desde meningitis hasta gripe).

Los baños públicos, en su mayor parte, son también impresentables. No existe por parte de los responsables la menor conciencia de que deben ser mantenidos limpios constantemente, si es necesario con una persona contratada específicamente para esa tarea. Lo más común es que no encontremos papel higiénico, jabón ni toallas descartables. Y eso sucede hasta en lugares que se autodenominan "de categoría".

También las personas dejan mucho que desear en su higiene personal. Hay gente que no se peina (no estoy hablando sólo de adolescentes, lo que sería dentro de todo normal de acuerdo a la rebeldía de la edad). Hay otros que te das cuenta que tampoco se bañan demasiado seguido ni usan desodorante (perfumes ni hablar). Me pregunto si los que conviven con ellos no les dicen nada. Esto es algo que pasa en todos los sectores sociales y no se relaciona con el poder adquisitivo del sucio o sucia. Es decir, no es falta de medios económicos para comprar productos de limpieza.