
Sólo hay una cosa peor que estar sin pareja y que nadie te demuestre interés. Y es que alguien que ya no te agrada en lo más mínimo esté interesado en vos. Peor aún, que intente demostrar que sus intenciones son “serias”, cuando lo único que te importa es que se olvide que existís.
La soledad brinda opciones, y una es permanecer así si pensamos que relacionarnos con alguien nos puede llevar a estar peor de lo que estamos.
Hace un tiempo regresó a mi vida mi novio de la adolescencia, quien casualmente (o no tanto) tampoco tiene pareja. Así es que, traído de vuelta por el túnel del tiempo luego de... ¡veintitrés años!, reapareció este habitante de mis sueños húmedos de la década del ochenta.
Notó que yo estaba en su misma situación, y entonces, por razones aún inexplicables, decidió unilateralmente que era hora de desarchivar nuestra historia. A no confundirse, no es el guión de una película francesa romántica, es simplemente una comedia argentina.
El punto problemático de todo esto surgió gracias a su ego totalmente sobredimensionado. Él pensaba que me estaba haciendo algún tipo de favor al dignarse a poner su atención en mí en esta “nueva” etapa de su vida. Tal es así que cuando le dije que por el momento pensaba seguir sola (traducción: no quiero estar con vos), consideró que era su deber hacerme notar lo que me estaba perdiendo.
Uno de sus métodos de persuasión consistió en relatarme todas las cosas que ya NO hacía más cuando estaba “bien” en pareja. Que casualmente eran las mismas que hizo durante el tiempo que estuvimos de novios y que originaron que nos separáramos dos veces (infidelidad, mentiras, etc.). Y que fueron las mismas que repitió a lo largo de los años con todas y cada una de las distintas parejas que tuvo.
Yo quería olvidar el pasado lejano, no tenía interés en revivir algunas situaciones desagradables. Pero estar cerca de un egocéntrico tiene estos inconvenientes, no importan tus sentimientos ni tu bienestar mientras él logre su objetivo o piense que tiene alguna posibilidad de hacerlo.
Después de eludir la situación lo más diplomáticamente posible (¿para qué crearse enemigos?), terminé preguntándome por el sentido de encontrarme obligada por deseos de otro a recordar cosas que ya había sepultado en el más piadoso olvido.
Tal vez las tinieblas del pasado no se resignan a quedarse atrás, y como negros fantasmas, de tiempo en tiempo, estiran sus garras para intentar atraparnos y hacernos revivir etapas ya superadas.
Pero a mí no me atraparán.