
Hoy me encontré por casualidad con una amiga. Es una chica divina: linda, inteligente y le encanta su trabajo. Hablamos de varios temas, y entre ellos me comentó que en estos días va a intentar enterarse qué tipo de relación está manteniendo con alguien, a "definir", según sus palabras. Armamos una salida en grupo para la próxima semana y nos despedimos con beso y sonrisa.
Esa charla me dejó pensando acerca de qué tipo de relación obliga a alguien a preguntar a la otra persona sobre las características de la misma. No me fue demasiado difícil encontrar la respuesta: una relación que no existe, que sólo vive en su imaginación con las características que ella le atribuye. Si fuera solamente amistad y así lo comprendiera, no necesitaría definirlo. De la misma manera si se tratara sólo de sexo. Pero ella imaginó una relación que en los hechos no se parece a su ideal. Por eso necesita "definirla" (utilizando sus palabras).
¿Necesitamos preguntarle al otro qué tipo de relación tenemos? ¿Llegamos a dudar en algún momento cuando estamos inmersos en una relación de pareja satisfactoria y comprometida? ¿No somos capaces de ver cuando no lo estamos?
Si ponemos en palabras nuestras dudas y temores exigiendo una declaración verbal del otro acerca de lo que no notamos en los hechos... ¿ganamos algo? Posiblemente una evasiva, tal vez una herida a la autoestima (si el otro es demasiado sincero), o quizás una mentira (si es fabulador). En todo caso, los dichos no van a cambiar la realidad de lo que no tuvimos ni de lo que vamos a tener con esa persona.
¡Cómo nos complicamos la vida! ¿Por qué con una pareja soportamos lo que no nos satisface más tiempo del necesario? ¿Por qué pedir peras al olmo? ¿Por qué esperar o exigir el cambio?
Tal vez sea por la poca capacidad de asumir la frustración de algunas personas acostumbradas a triunfar en otros ámbitos de su vida (estudios, trabajo, negocios, etc.). Intentan transferir los mismos principios de combatitividad al campo de las relaciones de pareja, sin darse cuenta que son cuestiones que están regidas por otras normas.
Un adiós a tiempo siempre es mejor que el más elaborado de los reproches o la más angustiosa de las extorsiones. Simplemente porque de un adiós se puede volver, de lo otro no hay retorno.
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