sábado, 12 de abril de 2008

Sin pareja - Parte 1


Nunca pensé llegar a los 40 sin pareja. No fue una elección personal, ni siquiera una imperdonable negligencia ni el descuido de una relación. Un giro imprevisto del destino me colocó en esta encrucijada en pleno comienzo del siglo XXI.

La cantinela repetida hasta el hartazgo en las revistas femeninas es "no hay hombres". Estas, entre paréntesis, parecen escritas por sádicos que disfrutan haciendo sufrir a las mujeres con sutiles y elaborados métodos de tortura psicológica. Pero este tema daría lugar a otros comentarios, y ahora no quiero desviarme de mi objetivo.

Es así que desemboqué imprevistamente en esta situación de falta de pareja. Luego de un tiempo -bastante largo he de confesar- de dolor y desorientación, me encontré con la agradable novedad de que podía llegar a ser objeto de, digámoslo de alguna manera, observación masculina. Creo que admiración es una palabra demasiado exagerada para describir la situación.

Gracias a la divina providencia, nací dotada de una enorme capacidad de pasar por alto lo que no me interesa; por lo que no tuve necesidad de detenerme en las miradas libidinosas de señores casados, veinteañeros ansiosos de concretar algo, vividores consuetudinarios, etc. Y hasta pude esquivar varias trampas cazabobas plantadas por madres desesperadas tratando de librarse de sus hijos solteros o divorciados instalados cómodamente en la casa familiar.

También tuve que pasar por alto las reiteradas charlas de mis padres sobre determinada persona y sus logros. Si, esos mismos padres que a los veinticinco me miraron con escepticismo cuando decidí casarme, ahora estaban intentando reinsertarme en la vida de pareja. Por supuesto, y para no modificar la costumbre familiar, tampoco en esto estuvieron de acuerdo: mi papá optó por un soltero de su conocimiento y mi mamá por un viudo con tres hijos del conocimiento de mi tía.

Lo más patético fue oír los comentarios "casuales" que ambos me hacían en privado sobre las bondades del candidato elegido por cada uno, porque no se atrevían a hablar cuando estaba el otro presente. Gente de la que yo hasta ese momento casi no conocía su existencia se transformó en objeto de la más detallada información sin aparente motivo ("un chico buenísimo", "es muy trabajador", "está solo", "quiere conocer a alguien", etc.). Y como tampoco era mi intención modificar las costumbres familiares, volví a utilizar mi tradicional método de escape de charlas incómodas: poner cara de tonta y no hablar. No es de extrañar que gracias a este comportamiento pseudoidiota que adopté desde la más tierna infancia siempre se sorprendieran cuando traía buenas notas del colegio, es que soy una incógnita para ellos.

Por suerte, otro tema es el de las amigas. No parecen muy entusiasmada con el hecho de que pueda llegar a formar una nueva pareja. Varias recuperaron a una compañera de salidas y de viajes. Las solteras que no conocieron el verdadero amor no ven justo que me vuelva a suceder a mí: primero les toca a ellas. Y todo posible candidato es sometido al más despiadado análisis, aunque en su caso estén manteniendo una relación desastrosa con el hombre que salen. Pero ésto siempre es temporario, para ellas las cosas van a mejorar: en algún momento él se va a dar cuenta de cuánto la quiere, él va a dejar ese vicio, él va a necesitar comprometerse, él la va a llevar a cenar afuera más seguido, él va a dejar de ser tacaño, él le va a presentar a la familia y otra serie de esperanzas infundadas.

Mientras tanto, en mi caso las cosas siempre van a tender a empeorar. Es así que aparecen los comentarios sobre alguien (pobre de él) que osa cruzarse en mi camino: es un golpeador, tiene mucho dinero porque estafó a la ex, tiene un hijo no reconocido, si te llama todos los días es un psicópata pero no se nota porque además es un simulador, etc.

Mis amigas casadas, por su parte, no dejan de recordarme que tengo dos hijos, que es un peligro pensar en convivir con un hombre extraño, y que a ellas "ni locas" se les ocurriría volver a formar otra pareja si estuvieran en mi situación. ¿Para qué? Si así estás tranquila y podés disfrutar de tus hijos. Sólo les falta recomendarme la castración química. Quién sabe qué ideas fluyen por esas cabezas de amas de casa desesperadas acerca de mi eventual futuro... ¿Mereceré vivir?

Y es así que en medio de todo este maremágnum de opiniones transcurre mi vida de soledad acompañada. Obviamente voy a contar lo más importante: mis impresiones personales, pero antes de hacerlo se me ocurrió que sería ilustrativo dar este pantallazo previo sobre mis circunstancias.

2 comentarios:

  1. Gabi
    Me llamo mucho la atención, el estilo de reflexión de tus escritos ... quizás , por que cuestionan o por que marcan la problemática , en mas o menos parecida de algunos que andamos por la franja de los cuarenta o cuarenta y pico .... me dejo pensando... agrego a mi favoritos tus escritos...para próximas visitas
    Saludos de Gran Serpiente

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  2. Gracias Gran Serpiente. Me alegra mucho que en algún punto te hayas sentido identificado con la situación. Saber que somos varios la hace más llevadera, además, siempre hay que ver el lado positivo de las cosas. Saludos!!

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